Bienvenidos todos a lo que podría llamar “mi página musical”.
Entre mis pasatiempos y en mi tiempo libre, también pongo en el pentagrama algunas melodías que creo que vale la pena dejar anotadas en algún lado. Como no tengo muy buena memoria (si la tuviera, hubiera hecho una carrera como la de Medicina en donde creo que habría podido hacer más que en la muchísimo más limitada “profesión” de Físico-Matemático sin tener que andar lidiando con ecuaciones diferenciales parciales de segundo orden, transformadas de Laplace, variables complejas o cálculo tensorial), sé que si no grabo o escribo alguna de las melodías que me llegan de vez en cuando, en cuestión de días o de horas esas melodías se habrán ido de mi cabeza y se habrán perdido para siempre. Es como ir caminando por la calle, encontrar una pepita de oro, y seguir caminando con la esperanza de encontrarla en el mismo lugar varios días después esperando a ser recogida. Esta es la razón por la cual he adoptado la costumbre de escribir en el pentagrama algunas ideas que me parece que vale la pena conservar.
Al principio no me fue fácil. En la escuela Secundaria Federal Diurna en donde estudié, aunque una de las materias obligatorias era precisamente la materia de Música (a mí me tocó el Profesor Mauregi por dos años), jamás enseñaban a nadie a tocar ningún instrumento musical, ni siquiera una harmónica. Las clases de “teoría” musical se limitaban a que el profesor estuviera escribiendo en el pizarrón el mismo texto que aparecía en el libro de A. Danhauser, sin entrar en mucho detalle en explicar el significado de todos esos símbolos, tal vez esperando que por algún milagro de ósmosis a todos los alumnos se les revelara el significado de cada cosa. De este modo, aunque el maestro hablaba (o mejor dicho, escribía en el pizarrón) acerca cosas tales como la corchea, la semicorchea, la fusa y la semifusa, o como el compás de 3/4, al no ser aplicada dicha teoría en el salón de clases sobre algún instrumento musical, el que fuese, todos los conceptos quedaban en el aire como objetos extraños, indescifrables por completo. Y la parte práctica de la clase de Música se limitaba a que el maestro se sentara en el piano que había en el salón de actos haciendo que todos cantaran alguna canción conocida popular mientras seguían al maestro tocando el piano. Ni siquiera se aprovechaba la parte “práctica” para enseñarle a los alumnos por lo menos las más elementales nociones de Solfeo, de modo que casi nadie o mejor dicho nadie estaba capacitado para “leer” una canción coral directamente de un pentagrama. Así, los tres años en los cuales se llevaba la materia de Música en la escuela Secundaria resultaban ser una pérdida lastimosa de tiempo al menos para esa materia. Quien quisiera aprender a tocar el piano o la guitarra, jamás lo iba a lograr en esa escuela Secundaria, tenía que ir por cuenta propia a una academia de música particular como la Academia de la Maestra Libertad Montelongo de Navarro (a la cual nunca fuí, por cierto), y sólo en un lugar como esos se podía descubrir el significado de todos esos símbolos que se ponían mecánicamente sobre el pizarrón durante la hora que duraba la clase.
Desalentado por la escasa educación musical que se daba en dicha escuela oficial, le pregunté a uno de los maestros de dicha escuela si podía ir a mi casa en su tiempo libre para impartirme algunas clases de piano (pagándole, claro está), a lo cual accedió. Pero el gusto me duró muy poco, porque poco después de unas cuatro o cinco clases el maestro dejó de ir, y creo que fue porque por alguna razón en la casa decidieron suspenderme dichas clases.
Excepto por unas cuantas clases adicionales que tomé de guitarra con un profesor particular que a todos les prometía enseñarles a tocar como Andrés Segovia pero que pese a ser un guitarrista del tipo semi-clásico de la guitarra española era incapaz de leer música alguna de una hoja musical (era cien por ciento práctico y cero por ciento teórico), quedé prácticamente desligado de la música en lo que a la composición o ejecución de la misma se refiere, quedé limitado a escucharla o a cantar algunas canciones sencillas en la guitarra. De este modo, terminé una carrera profesional con una Licenciatura en Ciencias Físico-Matemáticas en la University of Texas at El Paso, convirtiéndome en “"todo un profesionista”, más bien dándole gusto a mis padres en la procuración de una profesión universitaria que a mi mismo.
Posiblemente con más motivación y con más apoyo, en vez de hacer una larga carrera profesional tal vez me habría dedicado a una área en la interpretación de algún instrumento musical. Pero en aquellos tiempos, al menos en la ciudad en donde vivo, al que por su gusto o vocación dejaba los estudios “oficiales” de la Secundaria para meterse a otra cosa tal como pintor, músico o escultor, se le veía como un fracasado, como uno que no había podido con los estudios requeridos para poder ser “todo un profesionista”. Era la época en la cual en las sociedades escolares de padres de familia se daban gusto satanizando a los rockanroleros como Enrique Guzmán y Johnny Laboriel, citándolos como ejemplos de decadencia moral. En general, la música era vista por muchos padres de familia de la clase media como algo sólo bueno como pasatiempo o para lucirse tocando el piano ante los visitantes que llegaran a la casa, casi nunca como un medio de vida. La prioridad absoluta, la única forma de que los padres de México pudieran estar “orgullosos” de sus hijos (como si el único propósito de llegar a este mundo consistiese en hacer a los padres “orgullosos” de los hijos dándoles lo que ellos esperaban de los hijos), era terminar con la Secundaria para entrar a la Preparatoria, graduar de la Preparatoria para entrar a la Universidad, y graduar de la Universidad y quedar así convertido en “todo un profesionista”, y de refilón todavía podía quedar alguna insistencia para continuar con una Maestría y después de ello continuar con un Doctorado, lo cual en mi caso ya no se pudo porque (¡gracias a Dios!) fuera de la alternativa de dedicarse a la docencia, las oportunidades de trabajo “en el campo” (en la vida real), por lo menos en México, para un Físico-Matemático se vuelven más y más limitadas conforme más estudios se tienen, lo cual es un absurdo porque supuestamente entre más estudios se tengan las oportunidades deberían ir aumentando, pero por lo menos para un Físico-Matemético en México esto no es así; no hay muchas empresas o industrias interesadas en contratar a un individuo que sepa mucho de partículas subatómicas pero que sea incapaz de montar un programa de control de calidad. En México, el Físico-Matemático que no esté dispuesto a ampliar sus conocimientos hacia otras áreas y que no tenga interés por la docencia, es un individuo que está condenándose a sí mismo a ser un desempleado por el resto de su vida, aunque tenga un papel muy bonito con el cual pueda presumirle a sus amigos que es “todo un profesionista”.
Así, por las características de los tiempos que me tocaron vivir, el dedicarse a algo como la escultura o la música era visto casi como un sinónimo de fracaso, como sinónimo de derrota, de descrédito. Esta actitud era reforzada por las telenovelas francamente estúpidas y elitistas del único canal nacional de televisión que había en México en aquel entonces, el canal 2 del “Tigre” Azcárraga Milmo, según las cuales el “triunfador”de la telenovela era un tipo de clase humilde que a costa de muchos sacrificios había logrado terminar una carrera universitaria convirtiéndose en “todo un profesionista”. Ese era el único propósito válido en la vida, todo lo demás eran puras chinches. Fue así como mi abuelo paterno, el Lic. Agustín Téllez López, aunque le gustaba tocar el violoncello y el piano, sólo tenía tiempo para tomarlos como “hobby”, estando obligado a dedicarse el resto de su tiempo a su trabajo dentro del Poder Judicial. ¡Cuántos artistas valiosos, cuántos escultores, cuántos pintores, cuántos compositores, habrá perdido México por haber relegado estas áreas a un plano inferior al de las profesiones universitarias! Afortunadamente, no en todos los casos, no en todas las casas, no en todas las familias, hubo oposición tenaz para impedirle al hijo dejar sus estudios de la escuela Preparatoria dejándolo dedicarse a una vocación en la que pudiese ser mucho más productivo como cantante o muralista (posiblemente ganando muchísimo más dinero que el que pudiera ganar como “todo un Médico” o “todo un Arquitecto” o “todo un Ingeniero”), porque de haber sido así, México jamás habría tenido alguien como Juan Gabriel, como Pedro Vargas, como José Clemente Orozco, como Diego Rivera, como Agustín Lara, inclusive como Cri-Cri. Sí, había unos que se atrevieron a desafiar los cánones de la época siguiendo su verdadera vocación aunque ello significara que al principio la “buena sociedad” los mirara hacia abajo.
Cuando terminé mi carrera universitaria, realmente carecía de entrenamiento formal alguno en cualquier cosa relacionada con la música, salvo lo poco que recordaba de aquellas clases de piano que tomé cuando estaba en la Secundaria y lo poco que aprendí de guitarra en las cuatro o cinco clases que tomé con aquél profesore particular de cuyo nombre no quiero acordarme.
En realidad, si por entrenamiento formal se supone la existencia de algún título o diploma obtenido después de haber cursado varios años de estudios, hasta la fecha sigo careciendo de entrenamiento musical formal alguno. Jamás en mi vida he estado inscrito en ninguna academia musical, y mucho menos he pisado un conservatorio de música (ni siquiera conozco el Conservatorio Nacional de Música que se encuentra en la Ciudad de México, tengo entendido que hay otros Conservatorios en ciudades como Jalisco y Zacatecas). En este respecto, soy cien por ciento autodidacta. Y es que en un momento de mi vida me dije a mí mismo: si pude entender por cuenta propia sin ayuda de nadie materias tales como las Transformadas de Fourier, la Mecánica Cuántica Matricial de Heisenberg, la Termodinámica Estadística de Boltzmann, la Teoría de Grupos, la Topología Diferencial, la Teoría General de la Relatividad, la Electrodinámica Quántica y los diagramas de Feynman, las ecuaciones Klein-Gordon y de Bethe-Salpeter, la ecuación relativística de Dirac, las álgebras Lie y los grupos Lie (algunas de las cuales ni siquiera se enseñan en los programas a nivel de Maestría en Física en la universidad norteamericana de la cual gradué), si pude asimilar (no sin algunas dificultades, debo reconocerlo) material como el siguiente (la página la fotocopié de mi libro “Modern Quantum Mechanics” de J. J. Sakurai, una materia que usualmente se imparte a nivel de Maestría):
sin haber estado jamás inscrito en una Maestría o un Doctorado en Física, ¿por qué razón no sería capaz de descubrir por mí mismo el significado de todo lo que estaba detrás de la Teoría de la Música? Y en este respecto, me resultó mucho más fácil de lo que creía, como si ya lo hubiera conocido toda mi vida, como si hubiera nacido sabiéndolo.
Acostumbrado al rigor de las ciencias exactas, toda la música que he desarrollado está puesta en rigurosa notación musical. No sé si mis composiciones estén en notación musical académicamente “correcta” o “incorrecta”, en virtud de que jamás en mi vida he pisado una academia de música y mucho menos un conservatorio musical, sé que los conservatorios musicales existen, pero no conozco uno solo, y aunque hoy Ciudad Juárez tiene la Licenciatura en Música, cuando mis padres llegaron para instalarse en Ciudad Juárez esta ciudad ni siquiera contaba con una Universidad, la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez se creó hasta fines de los años sesenta, y sólo hasta hace un par de años abrieron ahí la carrera de Licenciatura en Música. Sin embargo, creo que mis obras están escritas con suficiente apego a los cánones como para permitir la interpretación de las mismas por músicos profesionales dispuestos a perdonar algunas “faltas de ortografía”. Esto me ha permitido digitalizar mi obra poniendo las notas musicales en un formato MIDI (Musical Digital Instruments Interface), lo cual me ha permitido llevar a cabo la “ejecución” de mis obras (la conversión de notación musical a sonidos reales) en mi poderoso sintetizador electrónico a la vez que van siendo grabadas en la computadora en formato MP3, lo cual a su vez me permite subir mis composiciones a Internet en donde las puedo enviar y compartir con otras personas que estén interesadas en escucharlas.
Mi primera composición fue un presente mío a N.S. Jesucristo. Siendo un presente de Navidad para él, la obra es, desde luego, un villancico, para ser interpretado en arpas orquestrales (el instrumento celestial de los ángeles) y acompañado por un coro de voces. Se titula “Villancico de Belén”, y está registrado en música y letra ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor bajo el número de registro 03-2005-031813172600-14 junto con otras composiciones de mi cosecha agrupadas bajo el título “Mi Primer Album Musical” que espero poder compartir con todos ustedes.
La siguiente foto muestra la constancia del registro oficial de la obra:
El principal propósito para registrar mis composiciones fue para evitar que puedan ser distorsionadas de su intención original por otros, no el poner límites para que puedan ser compartidas entre quienes encuentren algún mérito en ellas.
Quienes deseen escuchar este villancico, lo pueden hacer dirigiéndose a la siguiente página en Internet:
http://www.mp3.com/artist/ARMANDO-MARTINEZ-TELLEZ/songs/
El villancico fue puesto en una tonalidad para ser interpretado por coros de niños con voces agudas. La letra que acompaña a la música es la siguiente:
Villancico de Belén
(Texto Lírico)
La buena nueva llegó a Belén
Jesús ha nacido ya,
nos trae su amor y su caridad
y el mensaje celestial.
Antes era la obscuridad
solo había dolor,
hasta que en noche de amor
la esperanza nació.
Señor, mi Dios, mi gran Salvador,
el mundo te espera ya,
tu voz divina revelará
que el Reino se acerca ya.
Esperamos tu redención
tu mensaje de amor,
que las fuerzas del Mal, Señor
no nos toquen jamás.
Señor Jesús, muéstranos a Dios
tu Padre nos salvará,
Señor Jesús, tu luz brillará
por toda la eternidad.
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Señor Jesús, muéstranos a Dios
tu Padre nos salvará,
Señor Jesús tu luz brillará
por toda la Eternidad.
Adoramos tu Majestad
¡Oh, Señor Redentor!
¡Miserere!, Señor, Señor
sólo en tí hay salvación.
Del Cielo viene mi Redentor
con la palabra de Dios,
Tu luz disipe la obscuridad
triunfando el Bien sobre el Mal.
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Señor Jesús, muéstranos a Dios
tu Padre nos salvará,
Señor Jesús, tu luz brillará
por toda la eternidad,
por toda la eternidad.
El villancico que fue subido a Internet es una interpretación puramente instrumental, en virtud de que no cuento ni con los recursos (tales como un estudio profesional de grabación así como los coros necesarios para acompañar la música) ni con el tiempo para procurar el acompañamiento del coro de voces infantiles que escribí para el villancico. De cualquier modo, espero que quienes lo escuchen puedan disfrutar tanto escuchándolo como yo disfruté escribiendo esta mi primera composición musical. Y así, como dicen en Francia: ¡Bon appetit!